I
Un barranco profundo y pedregoso, una senda torcida entre zarzales, un valle pintoresco y silencioso, de una playa los secos arenales; Un cabrero en la cumbre que silbaba, una bella pastora que corría, una rústica flauta que llenaba los riscos y las grutas de armonía; En el aire reflejos y cambiantes, en el cielo colores trasparentes, en la noche luceros rutilantes, crepúsculos brillantes y esplendentes; Un gallardo mancebo en la montaña que las cabras monteses perseguía en la cima del monte una cabaña y un torrente que al valle descendía; Tales fueron los goces fugitivos de cien generaciones ignoradas; éstos fueron los cuadros primitivos de las risueñas islas Fortunadas.
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