Buenos Aires - Argentina
OPHIR
Aquí estoy, Ophir, en estos pedregosos páramos
donde alguna vez alzaste tu ciudad perdida.
Aquí, donde el sol iluminaba tus prodigios
y la luna brillaba poderosa, enorme,
como un enorme gong de plata.
El viento del destino ya no agita túnicas de seda,
ni ahonda silbos entre vasijas de oro,
ni remonta el pregón de mercaderes de manjares y de vino.
No te asombres, Ophir.
Quién mejor que tú para saber
que el vino corre hasta que se secan los viñedos,
y que el fulgor de ajorcas de oro y cascabeles
termina por encandilar la vista de los elefantes
que, ciegos, destrozan las praderas.
¡Ah, Ophir!
De nada han servido las loas del Sumo Sacerdote,
ni los cánticos virginales de sacerdotisas,
ni sacrificios sagrados ofrecidos a los dioses.
Y nada ha quedado, Ophir.
Sólo piedras repetidas en el fuego de los siglos.
donde alguna vez alzaste tu ciudad perdida.
Aquí, donde el sol iluminaba tus prodigios
y la luna brillaba poderosa, enorme,
como un enorme gong de plata.
El viento del destino ya no agita túnicas de seda,
ni ahonda silbos entre vasijas de oro,
ni remonta el pregón de mercaderes de manjares y de vino.
No te asombres, Ophir.
Quién mejor que tú para saber
que el vino corre hasta que se secan los viñedos,
y que el fulgor de ajorcas de oro y cascabeles
termina por encandilar la vista de los elefantes
que, ciegos, destrozan las praderas.
¡Ah, Ophir!
De nada han servido las loas del Sumo Sacerdote,
ni los cánticos virginales de sacerdotisas,
ni sacrificios sagrados ofrecidos a los dioses.
Y nada ha quedado, Ophir.
Sólo piedras repetidas en el fuego de los siglos.