Seguimos la huellas de pies que bailaban
hacia la calle alumbrada de luna y nos detuvimos bajo la casa de la ramera. Adentro, por sobre estrépito y movimiento, oímos los músicos tocando a gran volumen el «Treues Liebes Herz» de Strauss. Como formas extrañas y grotescas, realizando fantástico arabesco corrían sombras detrás de las cortinas. Vimos girar los fantasmales bailarines al ritmo de violines y de cuernos cual hojas negras llevadas por el viento. Igual que marionetas tiradas de sus hilos las siluetas de magros esqueletos se deslizaban en la lenta cuadrilla. Tomados de la mano bailaban majestuosa zarabanda; y el eco de las risas era agudo y crispado. veces un títere de reloj apretaba la amante inexistente contra el pecho, y otras parecía que querían cantar. A veces una horrible marioneta se asomaba al umbral fumando un cigarrillo Como cosa viviente. Entonces, volviéndome a mi amor dije, «Los muertos bailan con los muertos, el polvo se arremolina con el polvo». Pero ella escuchó el violín, se apartó de mi lado y entró: entró el Amor en casa de Lujuria. Súbitamente, desentonó la melodía, se fatigaron de danzar el vals, las sombras dejaron de girar. Y por la larga y silenciosa calle en sandalias de plata asomó el alba como niña asustada. |
Versión de E. Caracciolo Trejo
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