martes, 10 de noviembre de 2015

ADIÓS, MAMÁ CARLOTA Vicente Riva Palacio,


ADIÓS, MAMÁ CARLOTA
I
Alegre el marinero
Con voz pausada canta,
Y el ancla ya levanta
Con extraño rumor.
La nave va en los mares
Botando cual pelota.
Adiós, mamá Carlota;
Adiós, mi tierno amor.
II
De la remota playa
Te mira con tristeza
La estúpida nobleza
Del mocho y del traidor.
En lo hondo de su pecho
Ya sienten su derrota.
Adiós, mamá Carlota;
Adiós, mi tierno amor.
III
Acábanse en Palacio
Tertulias, juegos, bailes,
Agítanse los frailes
En fuerza de dolor.
La chusma de las cruces
Gritando se alborota.
Adiós, mamá Carlota;
Adiós, mi tierno amor.
IV
Murmuran sordamente
Los tristes chambelanes,
Lloran los capellanes
Y las damas de honor.
El triste Chuchu Hermosa
Canta con lira rota:
Adiós, mamá Carlota;
Adiós, mi tierno amor.
V
Y en tanto los chinacos
Que ya cantan victoria,
Guardando tu memoria
Sin miedo ni rencor,
Dicen mientras el viento
Tu embarcación azota;
Adiós, mi tierno amor.


http://www.manosalarte.com/vicenterivapalacio.html



El dueño de la parra Hugo Rodriguez Alcalá

El dueño de la parra
(A Don Manuel, el
verdadero dueño)
Si pudieras volver, si regresaras
con tu inclinado busto, con tu noble
mirada y tu manera silenciosa
de andar, y, ya despierto, vuelto al mundo
y al aire de la vida, ansiosamente
quisieras ver tu casa, tu familia,
la parra de tu patio, los amigos
de la ciudad que vio crecer tus hijos...
Y entonces comprendieras que en tres décadas
transcurrieron tres siglos: que tu casa
pasó a manos ajenas; que tu esposa
yace en otra ciudad bajo la tierra;
que tu hijo mayor es un anciano
desmemoriado y débil, más anciano
que tú cuando gozabas contemplando
su avance victorioso por la vida;
que tu parra famosa, que a tus patios
daba una larga sombra de cien metros,
sombra con su opulencia de racimos
reventones de miel cada verano;
que tu parra, tu orgullo, es un recuerdo
que sólo hoy vive en tu cabeza muerta;
que tus amigos -todos- los que antaño
en la esquina rosada de tu casa
se reunían sin falta a hablar del tiempo,
de las buenas cosechas y las malas;
que tus amigos, todos, bajo tierra,
en cenizosos ataúdes yacen:
Entonces, yo a tu lado acudiría,
te pondría una mano sobre el hombro,
y te diría solamente: -Vamos.
Tú y yo tenemos juntos un secreto:
todo ese mundo tuyo que hoy no existe.
Al no reconocerme porque tengo
marchito el rostro y los cabellos grises,
con voz muy baja te preguntaría:
-¿No recuerdas que tú me diste un día
toda tu parra y todos sus racimos?
Ella, en mis sueños, sigue siendo mía...


ml