Piedad
No era ni amor lo que ella me tenía;
era tal vez piedad, lástima era,
porque mi oculta pena comprendía
y ella se compadece de cualquiera.
Hoy que voy recobrando mi alegría,
animado quizás de una quimera,
se va tornando mucho menos mía,
como si ella ya no me quisiera.
Yo sí he formado de mi amor un culto,
y en tanto aquí mi juventud sepulto
y la aureola del martirio ciño.
¡No me quites, Señor; mi sufrimiento,
si es que habré de perder con mi tormento
la conmiseración de su cariño!...