Javier Baldessari
No fue ni el amarillo
descendiendo en silencio,
sobre esos rostros perfumados de noche,
ni un azul decadente de neón
de cartelerías indescifrables a la distancia;
descendiendo en silencio,
sobre esos rostros perfumados de noche,
ni un azul decadente de neón
de cartelerías indescifrables a la distancia;
tampoco ese propio color
que trae el fresco,
gris o plata
penetrando entre las mesas,
dándonos un maquillaje
de tenue melancolía,
de sensación de lo venidero,
de lo que vendría y lo sentía
carraspear con el viento
poblando mis manos
de probable escritura,
de inminente palabra
ni mucho menos fue el color opaco
o el sonido con color y opaco
de esas horas
que trae el fresco,
gris o plata
penetrando entre las mesas,
dándonos un maquillaje
de tenue melancolía,
de sensación de lo venidero,
de lo que vendría y lo sentía
carraspear con el viento
poblando mis manos
de probable escritura,
de inminente palabra
ni mucho menos fue el color opaco
o el sonido con color y opaco
de esas horas
fue el rojo,
fue sólo eso fue: el rojo
tonalidad de una prenda que enarbolabas
que encendía la noche y la invocaba
como si el invierno fuese
una palabra inútil, que con frío
pasase inmutable
mientras encendías un cigarrillo
y fumabas ajena
en aquellos días tuyos
fue sólo eso fue: el rojo
tonalidad de una prenda que enarbolabas
que encendía la noche y la invocaba
como si el invierno fuese
una palabra inútil, que con frío
pasase inmutable
mientras encendías un cigarrillo
y fumabas ajena
en aquellos días tuyos
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