martes, 17 de noviembre de 2015

Estanislao del Campo

El alma del que sufre es noche triste: 

Toldada está por el pesar sombrío,

Y las amargas lágrimas que vierte

Son, Lucila, sus gotas de rocío 

Halla quien nace bajo estrella amiga, 

Florida primavera en su existencia, 

Y hasta el cielo, propicio, le sonríe 

Del éter tras la clara transparencia. 

Tú de mi amante corazón conoces 

El secreto, Lucila, doloroso: 

Aunque sólo de lejos, has oído 

Su gemido profundo y angustioso.

Tú no sufriste ni lloraste nunca: 

Tu vida, solo ha sido una alborada 

Teñida, cual las plumas de un flamenco,

Por una luz dulcísima y rosada. 

El fuego del amor que por ti siento, 

Voraz, inextinguible, ya ha tornado 

En cenizas las flores de mi alma. 

¡La lava del volcán invadió el prado!

Tus amores de niña sólo fueron 

Blandos gorjeos de canoras aves,

Brisas del sentimiento, juguetonas, 

de las flores del alma, aromas suaves. 

Tú, en el romance de la vida mía, 

De mi existencia en la novela triste,

Hasta hoy llenaste el doloroso cuadro,

Hasta hoy, Lucila, la heroína fuiste.

Yo pasé por el cielo de tu vida 

Como una nube que arrebata el viento,

Sin dejar un recuerdo en tu memoria, 

Sin despertar en tu alma un sentimiento.

Tú eres el agua que me roza el labio, 

La fruta que el sentido me enajena, 

Y un Tántalo yo soy que en vano agito 

Los anillos de mi áspera cadena. 

Yo soy, Lucila, a tus divinos ojos, 

Estrellas de brillantes resplandores,

Más bien que tu amador, un jardinero 

De quien recibes con desdén las flores.

Tú eres la inconmovible y desdeñosa,

Aunque gentil y bella castellana; 

Yo, el trovador que canta al pie del muro 

Sin que se abra a su acento tu ventana. 

Tú eres el astro que en el cielo gira

Derramando su lumbre refulgente: 

Yo, el satélite humilde, condenado 

A seguir ese giro eternamente.

Tu eres la llama que la brisa leve 

Hace ondular, apenas, cariñosa;

Yo, la víctima triste de ese fuego, 

la pobre, enamorada mariposa. 

Tú, las aguas tranquilas de tu vida 

Surcarás dando el lino al blando viento,

Como el céfiro corre entre las flores, 

Como cruza la luna el firmamento.

Yo, el desierto, Lucila, de la mía

Recorreré infelice peregrino, 

Mojando con el llanto de mis ojos 

Las espinas y piedras del camino.

Yo, en ese largo, fatigoso viaje, 

En mi alma llevaré tu imagen bella.

Tú... ¡ni tan solo pedirás al cielo

Un rayo de luz para mi huella! ¡ADIÓS! 


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