martes, 19 de septiembre de 2017

La fuente del desierto | Adolfo de la Fuente

LA FUENTE DEL DESIERTO

Bien desgraciada es tu suerte,
fuentecilla que sin cauce
viertes tus límpidas aguas
en los yertos arenales.

Por más que en dulce murmullo
tus penas digas al aire,
en el espacio perdidos
se extinguirán tus cantares.

Bien desgraciada es tu suerte,
que apenas al mundo naces
consume la ardiente arena
tus cristalinos raudales.

¡Pobre fuente que, ignorada,
de esas yermas soledades
por las inmensas llanuras
te miras vagar errante!

¿De qué te sirven, cuitada,
esos límpidos cristales
que rizan la blanca arena
sobre que emprendes tu viaje?

¿De qué te sirve que puras
broten tus aguas natales
si no llegará a beberías
el sediento caminante?

¿Por qué mientras tú, olvidada,
tus puras aguas esparces,
hay otras fuentes dichosas
que ciñen floridas márgenes;

Que, resbalando tranquilas
por los deliciosos valles,
son espejo de las flores
y encanto son de las aves?

Pero ¡ay! tal vez más dichosa
tu aislada vida resbale
en ese vasto sepulcro
en que se ahogan tus ayes;

que, ajena a falsos placeres
en el retiro en que yaces,
tal vez te agobian deseos,
mas no te matan pesares.

Y no hay una planta impura
que con sucia huella manche
esa clara transparencia
de tus aguas virginales.

¡Dichosa tú que, ignorada
en el retiro en que yaces,
no hay por qué temas del mundo
a los furiosos embates;

y, en tu inocencia escudada,
sin saber de flores ni aves,
tal vez abrigas deseos,
mas no te matan pesares!...


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