martes, 4 de julio de 2017

Gustavo Salórzano

Despedida
Hoy, adiós, día primero,
último de cada mes.
El todo en la savia que asciende,
el todo en la savia que anuncia
el fatal acento de las palomas
que no pueden volar más que sus alas,
que no saben cantar
sus atroces melodías de presagio
durante una tarde entera,
una tarde llena de olores y cortinas
blancas y voladas,
recogidas en la niebla de los gritos
sumergidos por tu cuerpo.
La erección que palpita
y palpitando quema la pupila,
el sillón, tu falda,
el pesado óleo de tus besos
jamás pintados
o tomados en serio.
El latir burlesco de algún hueso,
La clavícula etérea de tus ojos.

Aquí yazgo perdido,
acurrucado en tu seno,
adormilado en tu espalda,
mojado, quieto, taciturno,
violento cuando más quiero serlo
para besarte con lágrimas que invento
y llorarte con sudores tranquilos
que no me queden pequeños,
que invento para tenerte,
que tiendo una rosa en tu cama
y las espinas brotan de tu cuello
y me duermo cansado
porque tu voz ya se ha despedido
y mis pies, acaso temerarios,
despuntan el día, el viento,
y tu pelo languidece y atravieso
el monótono perfil de tu juego,
el furioso arrebato de tu sexo.

Aquí me tienes de una vez por todas
-rendido y apaciguado mortal-.
Cortadas las alas las palomas se resisten,
el canto salta, emerge, duele,
y tus manos acarician el día.
Mis brazos, hartos de quererte,
de despedirse cada año, cada siglo,
cada mes que me abandonas
y dejas las perchas vacías de la sala
y el comedor brillante de los cielos.
Me cuesta tanto y a la vez lo presiento:
El néctar se ha detenido.
No me mires, más no te alejes.
Aquí te espero, me arrepiento...
pero no lo grito, me callo...


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